TESTIGO DE CARGO
Para cualquier cinéfilo es un
auténtico gozo disfrutar de una verdadera obra maestra como es
“Testigo de cargo” (“Witness of the prosecution”, 1.957).
Para mí, además, es una necesidad. Es mi película favorita, no
sólo del género jurídico, sino también de toda la historia del 7º
Arte. Y de vez en cuando la vuelvo a ver para no olvidar lo que es
hacer cine de calidad.
ESCENARIO
Aunque estamos acostumbrados a
ver procesos judiciales norteamericanos ante jurados legos, fiscales
agresivos y abogados protestones que danzan por toda la sala de
vistas, en esta ocasión el escenario es muy diferente. El juzgado es
británico, con todo lo que ello implica: togas, pelucas, flema y
educación por doquier, testigos prestando declaración puestos en
pie, acusados semienjaulados custodiados por guardas, etc. El
escenario está listo, y ahora... ¡silencio en la sala!
ARGUMENTO
Billy Wilder dirige la adaptación
de un relato corto de Agatha Christie, y para ello se rodea de un
magnífico plantel: Charles Laughton, Tyrone Power, Marlene Dietrich
y un largo elenco de geniales secundarios (Elsa Lanchester, Una
O’Connor, etc).
Charles Laughton da vida a Sir
Wilfred Robarts, un abogado casi retirado al que se le presenta la
ocasión de defender al acusado en un caso de asesinato (Tyrone
Power). La salud de Sir Wilfred (apodado “el zorro”) le obliga a
estar permanentemente acompañado de una sufrida Elsa Lanchester (su
esposa en la vida real) que ejerce de su enfermera particular. Pero
lo fundamental de la cinta es el testigo de cargo, papel interpretado
por Marlene Dietrich, la mujer del acusado. Ella es el eje sobre el
que gira todo el proceso hasta la misma escena final, momento de la
película sobre el que no hablaré. Nunca me perdonaría desvelar tan
increíble final a quien aún no lo ha visto.
MI FAVORITA
Todos tenemos fobias y filias.
Entre estas últimas se encuentra “Testigo de cargo” por muchos
motivos. Aparte del hecho de que mi amante reconocida es la gran
pantalla y el cine jurídico mi inseparable amigo, debo reconocer mi
afinidad por Charles Laughton. En esta película despliega todo su
“savoir faire” e histrionismo, fundamentalmente en sus
intervenciones durante el proceso y en la relación amor-odio con su
enfermera.
Pero es el conjunto de memorables
escenas lo que me cautivó desde niño. Desde la primera expresión
de mal genio incontenido del protagonista hasta la fabulosa escena
final, pasando por infinidad de escenas de Sir Wilfred: interrogando
a su cliente con el método del monóculo, ordenando unas pastillas
mientras efectúa una protesta a Su Señoría, haciendo caer en su
red a Una O’Connor (testigo de la acusación), o flagelando con el
látigo de su envenenada lengua a su enfermera cada vez que ésta
trata de hacerle descansar o de obligarle a tomar sus píldoras.
Mucho
quedaría por decir, pero lo dejaremos para otro momento. Sólo me
resta una cosa que añadir...”¿quiere besarme, encanto?”.
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