viernes, 18 de diciembre de 2020

ADIÓS, 2020

Acaba el 2020. Por fin. Nuestras vidas han dado un giro copernicano y no sé si volverán a ser lo que eran.

Hemos sufrido pérdidas irreparables y padecido la enfermedad, a la que me niego nombrar en este post. Nuestras libertades han tenido que ser irremediablemente restringidas. Nuestro día a día se ha visto trastocado por nuevos hábitos, comandados por mascarillas, geles y espráis de alcohol. Hemos tenido que olvidar (espero que no por mucho tiempo) reuniones, besos, abrazos, apretones de mano... Y eso, en España, es truncar una parte importante de nuestra cultura. Un nuevo diccionario se ha impuesto: triaje, hidroalcohólico, Zoom, TNT (ya saben, eso que recubre el interior de las mascarillas) y toda una serie de términos estadísticos que no hacen transformar cada desgracia personal en un frío número.

La labor profesional de los abogados también ha cambiado. Desde asistir a los detenidos por teléfono o hacer telemáticamente algunas vistas, pasando por la asistencia desde los despachos a las jornadas de formación, ahora llamadas webinarios (otro nuevo y horroroso palabro), hasta preparar nuestro trabajo a las puertas de los juzgados, a pesar del frío o la lluvia.

Hace tiempo asumí que mi labor como abogado tenía una triple vertiente, y la de jurista era la última de ellas. Primero debía ser psicólogo (con "p" delante, porque sicología en griego es el estudio del higo, y no de la psique) y después adivino, pues el cliente demanda conocer de antemano el resultado de su asunto, antes aún de haber aceptado el encargo. Y ahora me gustaría serlo. Pero ni posos en el café, ni entrañas de aves, ni bolas de cristal me sirven para saber qué deparará el 2021. Sólo espero que el año próximo me permita seguir publicando y ustedes seguir leyendo entradas como ésta. Será buena señal, para todos.