Los
próximos días 29 y 30 de noviembre tendrá lugar en Córdoba el
Primer Congreso de la Abogacía Independiente. Este congreso, cuya
organización no parte de ningún colegio de abogados ni del CGAE, ha
suscitado una enorme expectación entre los profesionales, tanta que
el aforo del Centro de Recepción de Visitantes, lugar previsto para
la celebración, se vio completado en sólo 24 horas. Esto ha
obligado a la organización a la búsqueda de una ubicación que
permita asistir a todos aquellos que lo deseen.
Por
mi parte tengo pensado asistir. Porque como reza el eslogan del
congreso, “Nadie lo hará por tí. Nadie lo hará mejor que tú”.
Después de más de media vida dedicado a la defensa de los derechos
de los demás, he podido comprobar con pesar, y muchas veces con
rabia, que mis derechos (que incluso algunos dudan que un abogado los
tenga) no los defiende nadie. O si lo hacen es de boquilla, o con la
boca pequeña, como ustedes gusten, que el castellano es muy rico en
expresiones populares. Vamos, que parece que se hace algo cuando
finalmente no se hace nada o no se consigue nada. A la postre el
efecto es el mismo, porque nos quedamos como estábamos. O peor, por
la vana sensación de pensar que algo iba a mejorar.
Por
eso no puedo dejar de asistir. Porque no puedo dejar pasar la
oportunidad de hacerme oír, de hacer propuestas, de debatirlas con
compañeros. Perdón, quise decir COMPAÑEROS, sí sí, con
mayúsculas, porque tenemos una costumbre en esta preciosa profesión,
que es la de llamarnos así entre nosotros. Y los que estaremos
presentes en el congreso, a pesar de que no nos conozcamos la inmensa
mayoría de nosotros, nos une un objetivo común. Quedaría muy lindo
decir que ese objetivo es “dignificar la profesión”. Pues no. Es
no hace falta. La profesión de abogado es muy digna, y los
profesionales la dignificamos día a día con nuestra labor. Lo que
se hace necesario, imprescindible y perentorio es DIGNIFICAR LA
FIGURA DEL ABOGADO.
Por
eso no puedo dejar de asistir. Porque día a día se acumulan
menosprecios y desprecios. Porque ya hemos llegado al extremo de ser
amenazados, y a veces agredidos (por ambos trances he tenido que
pasar). Porque se nos mira y trata como bultos sospechosos. Y si
actuamos como abogados de oficio... “Para qué quieres más”,
decía mi abuela. Y creo que es ahora cuando debo decir basta. Es
ahora o nunca. Y hay que decirlo alto y claro. BASTA YA.
Por
eso no puedo dejar de asistir. Porque no es cuestión de hablar de
nuestros problemas en una comida, tomando unas cañas o en los
calabozos mientras esperamos asistir a nuestros clientes. Porque
ahora ha llegado el momento de poner nuestros problemas sobre la
mesa, debatir y actuar, fundamentalmente actuar. Por mi parte he
lanzado una propuesta, la elaboración de una norma: el Estatuto del
Abogado. Una
verdadera norma de obligado cumplimiento, que recoja los derechos de
los Abogados, los incumplimientos de dichos derechos y un
subsiguiente régimen de sanciones.
Por
eso no puedo dejar de asistir. Y porque además debo dar las gracias
en persona a Pepe Muelas, el alma de esta iniciativa, un viejo amigo
(que no amigo viejo). Nos vemos en Córdoba. ¿Podréis dejar de
asistir?
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