EL
CINE JURÍDICO: TODO UN GÉNERO
- CINE JURÍDICO: ¿GÉNERO CINEMATOGRÁFICO?
- SUBGÉNEROS
- Cine penitenciario
- La violencia de género en el cine: Belinda
- Abogados en televisión: de Perry Mason al Pedete Lúcido
- SENTENCIAS DE CINE: PEQUEÑO DIVERTIMENTO
- FILMOGRAFÍA
- CINE JURÍDICO: ¿GÉNERO CINEMATOGRÁFICO?
Cine y Derecho. ¿Cómo
denominar esta conexión? ¿Podría ser considerada un género
cinematográfico?
Antes
de comenzar a dar mi opinión me gustaría echar la vista atrás y
apuntar el porqué de esta ponencia. Durante toda mi vida he visto,
disfrutado y vivido el séptimo arte. Y todo ello gracias a la enorme
pasión de mi madre por el celuloide. Con ella aprendí a apasionarme
con una buena película, con ella inicié mi andadura por los viejos
cines de barrio de sesión doble (NODO incluido) y para ella mi
agradecimiento, porque precisamente sus favoritas eran las “películas
con juicio”, y no descarto que esta circunstancia fuera uno de los
detonantes de mi vocación por la abogacía. Como veis compañeros,
en esas “películas con juicio” se aúnan en mí afición y
vocación.
Al
iniciar esta ponencia planteaba dos cuestiones: cómo denominar la
relación entre cine y Derecho, y si podía o no ser considerada un
género cinematográfico. No pretendo aquí más que dar mi modesta
opinión de abogado-cinéfilo. Pero creo que con ella puedo aclarar
un poco más el particular a los interesados en él.
Se
ha escrito mucho sobre los distintos géneros en el cine: western,
histórico, ciencia-ficción, terror, comedia, negro,... Muchos
géneros y muchas también las formas de determinar la pertenencia a
uno de ellos de una película concreta. Por ejemplo la más
oscarizada, “Ben-Hur”, ¿es histórica, de aventuras, un
peplum,...? Esa es otra coincidencia más entre cine y Derecho. Si en
nuestra profesión casi ningún caso es estrictamente civil, penal,
laboral, etc, al cien por cien, en el cine también es aplicable esa
multiplicidad de géneros en una misma cinta. Y si esto es así, ¿por
qué no afirmar la existencia de otro género más?
El
Derecho está presente en la gran pantalla con innumerables películas
de calidad reconocida, cuyos argumentos han girado alrededor de salas
de vistas, de despachos de abogados, de establecimientos
penitenciarios, etc. Ciertamente me costaría no llegar a concluir a
favor de la existencia de un género propio. Pero, y como también
hacemos los profesionales del Derecho al fundamentar nuestras
posiciones basándonos en la Jurisprudencia, creo necesario cimentar
esta conclusión en ejemplos de la pantalla grande. Más de cien años
de cine son muchos, pero bastarán unos pocos ejemplos para
resumirlos, en concreto mis diez películas preferidas: “Anatomía
de un asesinato”, “La costilla de Adán”, “Doce hombres sin
piedad”, “El motín del Caine”, “Furia”, “La herencia del
viento”, “Matar a un ruiseñor”, “Veredicto final”,
“Vencedores o vencidos” y “Testigo de cargo”.
Sólo
son unas breves pinceladas (clásicas en su mayoría) de lo que este
género (porque creo que ya puedo denominarlo así) ha supuesto en la
historia del cine. Comedia, drama, intriga, teatro, se aglutinan
sobre la base del Derecho. Por otra parte hay que destacar que en los
últimos años se producen más y más cintas de este género:
“Acusados”, “El abogado del diablo”, “Homicidio en primer
grado”, “La hoguera de las vanidades”, “Las dos caras de la
verdad”, “La tapadera”, “Mi primo Vinny”, “Philadelphia”,
“Sleepers”, Sommersby”, “Sospechoso” y tantas otras.
Habiendo concluido que la relación cine-Derecho puede (y creo que
debe) ser considerada como un género, pasemos a la segunda cuestión:
cómo denominar ese género. Se habla de cine judicial, de cine
jurídico y hasta de cine penitenciario. De cada uno existen
numerosos y muy significativos ejemplos en la historia del séptimo
arte. Sin embargo, sería necesario ver previamente en qué consiste
cada uno de ellos. Parece fácil ver que el cine penitenciario es el
que se desarrolla tras los muros de una cárcel (“Pena de muerte”,
“Cadena perpetua”, “Fuga de Alcatraz”, “En el nombre del
padre”, o “El hombre de Alcatraz” con un genial Burt Lancaster)
o que el cine judicial es el que tiene como escenario la sala de
vistas de un tribunal (“Algunos hombres buenos”, “Amistad”,
“Al filo de la sospecha”, “La caja de música” o “El juez
Priest”). Pero queda el cine jurídico. Podría no ser más que la
conjunción del cine judicial y del cine penitenciario. También
podría ser todo aquel cine que, teniendo una relación con el mundo
del Derecho, no estuviese incluido en las dos anteriores categorías.
Para mí es mucho más que eso. Es la base misma del género y para
definirlo sería casi necesario definir lo que es el Derecho (¿!).
El cine jurídico aúna no sólo al judicial y al penitenciario sino
también todo lo que rodea a nuestra profesión: la labor de
investigación de un caso por parte de un abogado (“Causa justa”),
por parte de un juez (“El clavo”) o por parte de una estudiante
de Derecho (“El informe Pelícano”); el trato que se entabla con
los clientes (“El cliente”); la presencia de jurados legos en los
tribunales (“Coacción a un jurado”); las difíciles relaciones
entre las partes de un proceso (“Kramer contra Kramer”); etc,
etc, etc.
- SUBGÉNEROS
- Cine penitenciario
Vivir entre rejas, quizás morir
recluido entre cuatro paredes. Muchas y grandes películas nos han
mostrado lo que es cumplir una condena en un establecimiento
penitenciario. Pero ha sido en los últimos años cuando hemos ido
viendo la proliferación de este subgénero. Me gustaría repasar
algunas de mis preferidas, aunque no por ello las mejores.
Paul Newman
interpretó uno de sus papeles más elaborados en “La leyenda del
indomable”. Un joven es condenado a una prisión de carretera por
un delito contra la propiedad pública (se dedicó a “cortar las
cabezas” de los parquímetros de su ciudad tras una enorme
borrachera). Haciendo honor al título del filme, poco a poco se
transforma en un auténtico indomable, cuya voluntad nada ni nadie
parecen poder doblegar. Su condena va creciendo tras sucesivas fugas,
hasta que una de ellas se convierte en la última, cayendo abatido
por los disparos de sus carceleros. Quienes hemos visionado esta
cinta no podemos olvidar la memorable escena en la que Paul Newman
apuesta a que es capaz de ingerir cincuenta huevos duros en el plazo
de una hora. No sólo lo consigue, por descontado, sino que además
con su hazaña dota a la película del tácito subtítulo de “la de
los huevos duros”.
Newman estuvo
rodeado de un gran plantel de secundarios, como Strother Martín, que
daba vida al director de la prisión, o George Kennedy, cuya
interpretación como el amigo íntimo del protagonista le valió el
Óscar de la Academia al mejor actor secundario. También pudimos
disfrutar de un casi irreconocible (por lo joven) Dennis Hooper.
El desaparecido
John Frankenheimer dirigió a Burt Lancaster en “El hombre de
Alcatraz”. Un recluso condenado de por vida por asesinato es
trasladado a la prisión conocida como “la roca”, una
penitenciaría de la que nadie ha podido escapar jamás. Toda la vida
es demasiado tiempo para desperdiciarlo mano sobre mano, y si bien en
un primer momento el protagonista no parece tener interés por nada,
la aparición de un pajarillo (aunque se utilizaron unos pocos más
para el rodaje) va a cambiar para siempre la existencia de Lancaster.
Empieza por enseñarle algunos trucos y a renglón seguido sucede el
desencadenante de todo: el pequeñín enferma. Prácticamente sin
medios el solitario recluso obtiene una cura para su “compañero”
de celda. Paulatinamente sus conocimientos sobre ornitología van
aumentando a medida que lo hace su colección de aves, canarios en su
mayoría, hasta que llega a convertirse en el mayor experto mundial
en su campo tras años de estudio e investigación.
A pesar de que
su vida gira alrededor de los pájaros entre las paredes de su
pequeña celda, mantiene un leve contacto con el exterior, primero a
través de su madre (Thelma Ritter) y después mediante su mujer, con
la que contrae matrimonio en la propia cárcel. Los demás seres
humanos que se relacionan con el reo son sólo tres: su carcelero, el
vecino de la celda contigua (Telly Savalas) y el Alcaide (Karl
Malden). Pocas son las palabras que cruza con ellos durante todo el
metraje, como si quisiera añadir una condena más a la que la
Justicia le obligó a cumplir.
Tim Robbins
dirigió a Sean Penn en “Pena de muerte”, un alegato contra la
pena capital basado en la mitad de una obra escrita por la Hermana
Helen Prejean, protagonista del film a través del gran papel que
desarrolla Susan Sarandon, lo que le valió una nominación a los
Óscar de Hollywood. La película se basa en su práctica totalidad
en la relación que surge entre un condenado a muerte por un doble
asesinato y una religiosa que presta su ayuda a los condenados a la
pena capital. Como es de suponer, esa relación es de lo más
extraña, entre el amor de la Hermana Helen y el recelo y la
desconfianza del protagonista. Ella no sólo ofrece consuelo
espiritual, sino también ayuda legal mediante los abogados que
trabajan en la asociación a la que pertenece. Esa actividad procesal
permite a los espectadores comprobar el entramado jurídico-político
existente en los Estados Unidos y que conlleva un sinfín de recursos
que derivan en el aplazamiento casi eterno de la ejecución de la
condena.
¡Muerto
andante! ¡Dead Man Walking!, gritan los
guardianes de los presos antes de
hacer su último paseo por la milla verde. “La milla verde” es
otra reciente y gran película cuyo escenario es el corredor de la
muerte. El título proviene de la distancia que recorren los
condenados a muerte desde su celda hasta el lugar de ejecución. Esta
adaptación de una novela homónima de Stephen King es tan
sorprendente que no puedo ni debo hablar de su final. Sin embargo, sí
que me gustaría mencionar a Tom Hanks, de nuevo nominado a los Óscar
de la Academia por su papel protagonista. Es él quien, en primera
persona, nos relata una increíble historia en la que encarna al jefe
de los guardianes encargados de la vigilancia de los residentes de la
milla, cuyas vidas se entremezclan con las de los funcionarios. Unos
y otros no serán los mismos desde la llegada de un preso condenado a
la silla eléctrica y que... Mejor véanla.
Muchas son las
películas que se quedan en el tintero, pero hay una en particular
que es la excepción a la regla general, porque “Papillón” no se
desenvuelve como las demás entre rejas y muros de hormigón, ya que
la prisión de la isla del diablo no los posee. Tampoco los
necesita. Los acantilados y el bravío mar frenan las opciones de
fuga de Dustin Hoffman y Steve McQueen, aunque este último acabará
por conseguirlo.
Por último me
gustaría recordar un film muy peculiar. Su protagonista no es, como
suele suceder, un recluso inocente del crimen del que se le acusa,
sino el Alcaide Harry “Brubaker”, interpretado por Robert
Redford. Harry se enfrenta, él solito, contra todo el sistema
penitenciario y propugna una reforma legal que le cuesta el puesto y
le granjea el cariño y admiración de los presos.
- La violencia de género en el cine: Belinda
1948. Nueva Escocia.
Una islita sólo accesible por mar. Gentes sencillas (pescadores,
granjeros,...) pueblan la pequeña localidad en la que vive Belinda
junto con su padre y la hermana de éste. Belinda es sordomuda casi
desde que nació. Nadie la llama por su nombre, ni siquiera su propio
padre. Todos la conocen como “la muda”. No ha recibido educación
alguna (“lo que no sabe no le hace daño”, afirma su progenitor),
por lo que su único cometido en este mundo, al parecer, es trabajar
de sol a sol en la granja de la familia. Al pueblo ha llegado hace
poco un nuevo médico, más joven que el anterior y con nuevos
métodos e ideas, quizás demasiado nuevos para sus potenciales
pacientes. La casualidad lleva al galeno hasta la granja de Belinda,
a la que poco a poco enseña el lenguaje de los signos, a leer y
escribir. Desde ese momento Belinda ve como su vida gira 180 grados.
Su sensibilidad y los conocimientos recién adquiridos se aúnan para
ofrecerle un mundo nuevo y maravilloso. Pero es entonces cuando, tras
ser violada, se encuentra nuevamente perdida al convertirse en madre,
y nada menos que soltera. Esa nueva circunstancia provocará que sea
el fácil blanco de las habladurías de sus convecinos que, lejos de
intentar ayudarla, se ceban en su desgracia tratando de arrebatarle
su bebé y otorgarlo al culpable de la violación, el cual fallece a
manos de Belinda cuando ésta trata de proteger a su hijo. Juzgada
por el crimen, es absuelta por los mismos que la miraban por encima
del hombro.
El
tiempo, el espacio y las circunstancias puede que hayan cambiado,
pero hoy en día, en nuestro país, con minusvalía o sin ella, con o
sin estudios, los hechos siguen ocurriendo. Belinda es una pequeña
muestra del 7º Arte en la que vemos cómo una mujer pasa primero por
la indiferencia más absoluta de sus convecinos, incluso de su propia
familia, después por la humillación de ser violada, más tarde por
el trance de ver cómo le quieren arrebatar a su hijo y, finalmente,
por el proceso por el asesinato de su violador. Nada de todo esto es
nuevo hoy.
Jane Wyman da vida a
Belinda, lo que le valió el Óscar de la Academia en 1.948. Cuando
lo recogió dijo: “Acepto muy gustosa este Óscar por mantener la
boca cerrada”. “Mantener la boca cerrada”, fueron sus palabras.
Sin saberlo estaba expresando lo que durante muchos años harían las
mujeres: callar ante los malos tratos. Afortunadamente este tipo de
situaciones se denuncian más y se soportan cada vez menos en la
actualidad.
El autor de la banda
sonora original es el prolífico Max Steiner, responsable de la
música de unos doscientos filmes, como “Casablanca” o “Lo que
el viento se llevó” y oscarizado en varias ocasiones. Una película
no se concibe sin el envoltorio de la música. ¡Hasta el cine mudo
tuvo necesidad de introducirla a través de los pianistas de las
salas cinematográficas! En la vida real la BSO está formada por los
ruidos de los coches, los saludos de las gentes al encontrarse en el
ascensor, las lavadoras que centrifugan y los timbres de los
microondas cuando llegan a su fin, sonidos que ahogan las bofetadas y
los gritos de dolor, angustia e impotencia.
En la cinta
intervienen algunos grandes actores secundarios como Charles Bickford
(en el papel del padre de Belinda) o Agnes Moorehead que encarna a la
tía de la protagonista y que adquirió fama por su interpretación
de la madre de Samantha en la recordada serie “Embrujada”. En el
auténtico día a día los secundarios no son otros que los hijos que
presencian los malos tratos, las familias que en ocasiones tercian
aconsejando el silencio (mal tercio es ese) o los vecinos que nada
quieren saber de lo que ocurre puertas para adentro de un hogar que
no es el suyo (¿!).
No
voy a hablar de estadísticas. Cada mujer que es sometida a cualquier
forma de maltrato no es un frío número, sino un ser humano colocado
al límite del abismo y, en ocasiones, empujado a él. Las Naciones
Unidas han proclamado el 25 de noviembre como Día Internacional
contra la violencia de género. Sólo dos deseos: que únicamente
seamos espectadores de este tipo de actos en el cine (y no en la
realidad) como hechos históricos que nunca deben ser olvidados, y
que los días en contra o a favor de algo nunca vuelvan a ser
necesarios.
- Abogados en televisión: de Perry Mason al Pedete Lúcido
Soy miembro de una
generación que ha crecido frente a la televisión. Una televisión
en blanco y negro (marca Iberia en mi caso) de la que, como
por arte de magia, salían personajes que, casi de inmediato,
entraban a formar parte de nuestras vidas. Durante ellas hemos sido
testigos de cómo aumentaba el número de emisoras y con su
proliferación también crecía la producción de series de los más
variados géneros. Gran parte de aquéllas trataban el mundo del
Derecho.
“Perry
Mason” es, sin lugar a dudas, el paradigma de todas esas series.
Interpretada por Raimond Burr narraba la historia de un abogado que,
capítulo tras capítulo, conseguía obtener la absolución de sus
clientes empleando siempre un arriesgado método: arrancar la
confesión al culpable durante el desarrollo de la vista oral. Años
más tarde Andy Griffith encarnó a “Matlock”, un nuevo Mason en
cuanto a su modus operandi profesional, pero físicamente bien
distinto: traje claro arrugado (quizás por el calor de la Atlanta
donde desplegaba todas sus armas) y un lenguaje jurídico muy de
andar por casa, frente a la corpulencia e impecable traje de Mason.
En
1981 fue estrenada en España “Vida de estudiante” (The
paper chase) una adaptación para la televisión de una película
homónima. En ambas trabajaba John Houseman en el papel del profesor
Kingsfield. “El estudio del Derecho es algo nuevo para ustedes”
empezaba diciendo en cada capítulo con aire flemático. La serie
giraba alrededor de las vidas de un grupo de estudiantes de Derecho
norteamericanos.
También
ha habido series que han tocado el tema desde un punto de vista más
jocoso. En “Juzgado de guardia” (Night court) se
nos mostraba la locura continua de todos los miembros de un juzgado
nocturno de Nueva York y de la variopinta fauna que por allí pasaba
noche tras noche. “Palo y astilla” (The feather and
father gang) mezclaba humor e intriga protagonizados por una
bella abogada (Stephanie Powers) y su padre. Pero es en “Loco de
remate” (Crazy like a fox) donde pudimos disfrutar de
Jack Warden, uno de los más grandes secundarios, dando vida al padre
de un abogado al que ayudaba en la investigación de sus casos.
Warden ya había intervenido con enorme acierto en papeles similares
en la gran pantalla (“El abogado del diablo” y “Veredicto
final”).
Muchos
más abogados han desfilado por la pequeña pantalla. Desde Chuck
Connors en “Arresto y juicio” (Arrest and trial), Joseph
Campanella en “Los atrevidos” (The lawyers), o Robert
Foxworth en “Defensores públicos” (Men at law) hasta más
moderna “Ally McBeal”, serie de enorme éxito y de pegadizo tema
musical interpretado por Bonda Sephard, o la muy cuidada “Ley y
orden” (Law and order), sin olvidar otras series como “El
abogado” (The practice), “El guardián” (The
guardian), “Leyes de Familia” (Family law) o la muy
exitosa “Boston Legal”, con un reparto auténticamente de cine,
encabezado por William Shatner y James Spader.
Pero
si con alguna serie he disfrutado en los últimos tiempos ha sido con
“La ley de Los Ángeles” (L.A. law). Fue creada por el
genial Stephen Bochco y cada episodio se iniciaba con un maravilloso
tema de Mike Post (habitual en este tipo de lides) seguido de una
reunión-desayuno de todos los abogados de la firma McKenzie,
Brackman, Chaney & Kuzak, en la que se asignaban nuevos casos y
se informaba de los pendientes. Leland McKenzie dirigía un bufete de
lo más variopinto, con algunas mujeres (Grace Van Owen, Abby Perkins
y Ann Kelsey), un hispano (Víctor Cifuentes), un afroamericano
(Jonathan Rollins) y varios caucásicos, y cada abogado con un área
concreta de especialización: Arnold Becker era el matrimonialista
(en una permanente relación de amor-odio con su secretaria Roxanne),
Stuart Markowitz el especialista en impuestos y el resto
procesalistas tanto en civil como en penal. Los personajes calaron
hondo entre el público porque Bochco siempre ha tenido presente en
todas sus creaciones el factor humano en su máxima expresión.
Mención
aparte merece “JAG, Alerta Roja”, serie realizada sobre la base
de una película (Algunos hombres buenos) y que dibuja un retrato de
los abogados de la Marina de los Estados Unidos. Sus principales
personajes son el Comandante Harmon Rabb Jr., apuesto Top Gun
reconvertido en perspicaz letrado por culpa de una inoportuna ceguera
nocturna, la inteligente Sara McKenzie, Mayor del Cuerpo de Marines,
y el Almirante A.J. Chegwidden, Auditor General del JAG y ex-Seal. La
particularidad de esta serie estriba en ser la única de todas las
citadas cuyos procesos eran militares.
España
también hizo sus pinitos, principalmente con dos grandes
producciones. Primero con “Anillos de oro”, ambientada en plena
transición política y que descansaba en tres pilares fundamentales:
Ana Diosdado e Imanol Arias en el papel de dos abogados
matrimonialistas, y Pedro Masó en la dirección. Además pudimos
disfrutar de una enorme constelación de característicos como Aurora
Redondo o Amelia de la Torre y de la música de Antón García Abril.
Después llegó “Turno de oficio”, del genial Antonio Mercero,
con un joven Juan Echanove (en el papel del “pedete lúcido”) y
un maduro Juan Luis Galiardo (como el “chepa”) interpretando
sendos papeles de abnegados abogados de oficio. En los últimos años
hemos podido ver a Javier Cámara en “Lex” y a Emilio Gutiérrez
Caba en “Al filo de la Ley” vistiendo la toga de abogado. Pero
ninguna de ellas logró el éxito esperado, llegando incluso la
primera a ser cancelada, lo mismo que ocurrió con la efímera
“Lobos”. Sólo “Acusados” se mantuvo en lo alto de las
audiencias, quizás por su temática, más cercana al thriller que
todas las anteriores.
Reconozco
mi debilidad por las series de televisión desde muy temprana edad.
Puede incluso que, visto ahora con la fría perspectiva que da el
tiempo, algunas como “Vida de estudiante” o “Turno de oficio”
hayan influido en alguna medida en mi decisión de ser abogado.
Pero eso es otra historia...
- SENTENCIAS DE CINE: PEQUEÑO DIVERTIMENTO
“El que matare a otro será
castigado, como reo de homicidio, con la pena de prisión de diez a
quince años”. Esto es lo que establece el artículo 138 de nuestro
vigente Código Penal. Hasta el artículo 143 se conforma el Título
I del Libro II que, bajo la rúbrica “Del homicidio y sus formas”,
agrupa todas las modalidades de privar de la vida a otro ser humano
que nuestro ordenamiento contempla como punibles.
En el cine son
múltiples las ocasiones que tenemos de ver procedimientos penales
cuyo epicentro es el homicidio. Bien es cierto que, en la mayoría de
las ocasiones, nos solemos encontrar con juicios a la americana. Eso
va a significar una enorme diferencia con nuestro sistema penal en
todos los sentidos, como la tipología delictual, el procedimiento,
las enormes diferencias existentes entre las legislaciones penales de
cada uno de los Estados Unidos y, sobre todo, el mayor de los
problemas, la falta de rigor jurídico.
Jugando con
esas enormes diferencias me gustaría proponer un pequeño
divertimento: repasar de un modo asistemático algunas cintas famosas
y ver lo que hubiera sucedido en el caso de haberse juzgado el delito
en la España de hoy. ¿Me acompañan?
Blair
Underwood (abogado en “La ley de Los Ángeles”) en “Causa
justa” es un reo condenado a la pena capital. Admirablemente
defendido por uno de mis actores favoritos, Sean Connery, consigue la
libre absolución. En la España de hoy habría sido condenado a una
pena de entre 20 y 25 años por haber cometido el asesinato con
alevosía (emplear en la ejecución medios, modos o formas que
tiendan a asegurarla) y ensañamiento (aumentar deliberada e
inhumanamente el sufrimiento de la víctima). Diferencia
considerable, pero nunca podemos dejar de lado una consideración
importantísima, que en nuestro país la condena más elevada no
sobrepasa los 30 años y, por supuesto, no existe la pena de muerte,
ni tan siquiera en tiempo de guerra. Kate Capeshaw (señora de
Spielberg en la vida real y de Connery en la ficción) y Lawrence
Fishbourne completan un buen reparto para una película con un final
algo excesivo.
En “Doce
hombres sin piedad” nos encontramos con una situación similar. Un
joven es acusado del asesinato de su padre y un jurado de doce
hombres (varones todos) debe determinar su culpabilidad o inocencia.
Se está jugando la pena máxima. Aquí no habría conseguido una
condena superior a 20 años, sin contar con la aplicación, más que
probable, de alguna circunstancia atenuante como el arrebato u
obcecación. No puedo resistir la tentación de hablar algo más
sobre una de las joyas del cine jurídico. Sydney Lumet (un habitual
del género) dirige una adaptación de la obra teatral de Reginald
Rose encabezada por dos estrellas, Henry Fonda y Lee J. Cobb. Ambos
representan dos polos opuestos, la comprensión y la intransigencia.
Durante poco más de hora y media vemos cómo Henry Fonda consigue
convencer, uno a uno, a los demás jurados de la inocencia del
acusado, hasta llegar al hueso más duro. Pero Lee J. Cobb termina
por derrumbarse, rodeado por las cuatro paredes entre las que se
desarrolla la práctica totalidad de una acción que en ningún
momento se torna claustrofóbica, debido quizás al continuo y lento
movimiento de las cámaras por toda la sala de deliberación. El
resto... es mejor verlo.
En
“Anatomía de un asesinato” James Stewart es el abogado defensor
de Ben Gazara que, acusado de asesinato, en España habría tenido
que hacer frente a una petición de condena de 10 a 15 años de
prisión, aunque podría caber la apreciación de la legítima
defensa como eximente o tan solo como atenuante. Los requisitos para
que pueda ser tenida en cuenta son: agresión ilegítima, necesidad
racional del medio empleado para impedirla o repelerla y falta de
provocación suficiente por parte del defensor.
No puedo
terminar sin antes hacer mención de dos cintas interpretadas por mi
actor favorito: Spencer Tracy. En “Furia” Fritz Lang le convierte
en un hombre supuestamente asesinado en un linchamiento. Los
cabecillas son juzgados como instigadores del crimen, lo que en
España le hubiera costado un máximo de 15 años entre rejas. “La
costilla de Adán” es una deliciosa comedia en la que Tracy cambia
de papel y se convierte en el fiscal de una causa defendida por su
propia esposa, su compañera en la vida real Katherine Hepburn. La
acusada es sometida a un proceso por intento de asesinato. Según la
conversión espacio-temporal propuesta, la pena máxima habría sido
de 20 años, teniendo en cuenta que estamos ante un delito en grado
de tentativa y que en España existe una circunstancia modificativa
de la responsabilidad que es el parentesco y que puede ser
considerada tanto una agravante como una atenuante, dependiendo del
caso concreto.
Todas las
películas mencionadas no son más que unas pocas muestras de lo que
podrían haber diferido las sentencias de ficción con las
hipotéticas de la realidad en la España actual. Pero las
diferencias van mucho más allá. El mazo de los jueces americanos se
convierte en una campanilla en nuestro país. Nuestras togas,
insignias y puñetas se transforman en simples trajes oscuros. Sus
doce miembros del jurado se reducen a nueve como por arte de magia.
La agresividad, rayana en la vehemencia, de las defensas
norteamericanas se torna en prudencia y elegancia lingüística. El
procedimiento instruido por fiscales pasa a serlo aquí por jueces.
Y, como dato más paradigmático, nosotros no usamos la archiconocida
fórmula de “PROTESTO”, con sus variantes de “irrelevante”,
“argumentativo”, “aún no ha sido probado” y tantas y tantas
otras.
Espero que este
corto juego haya sido entretenido. La Justicia no suele serlo y, por
supuesto, nunca es un juego.
- FILMOGRAFÍA
Hasta
ahora no están todas las que son, pero sí son todas las que están.
Me gustaría recordar las obras más importantes que nos ha dejado la
gran pantalla, finalizando con el análisis de mis dos preferidas:
- “Ahí está el detalle”. Una de las primeras intervenciones de Mario Moreno en su sempiterno papel de “Cantinflas”. Imposible dejar de reír hasta el final. Para guardar en la memoria el juicio contra el protagonista. Puro surrealismo con proyecto de bigote, pantalones caídos, atisbo de gabardina y contoneo de caderas.
- “Anatomía de un asesinato”. Memorable actuación de James Stewart como abogado defensor. El epicentro de la película eran, ni más ni menos, unas “braguitas de Lee Remick. Magistral dirección de Otto Preminger.
- “Asesinato”. Primeros apuntes de genialidad del maestro del suspense en su etapa británica.
- “Doce hombres sin piedad”. Sydney Lumet, realizador asiduo del género, adapta al cine una obra teatral de Reginald Rose que se desarrolla íntegramente en la sala de deliberación de un jurado, en el que despuntan las labores interpretativas de Henry Fonda y Lee J. Cobb. Existe una adaptación española para la televisión (el recordado “Estudio 1”) interpretada por la flor y nata de la época: Jesús Puente, José Bódalo, José Mª Prada, Carlos Lemos, Manuel Alexandre, Luis Prendes, Ismael Merlo, Fernando Delgado,...
- “El motín del Caine”. Soberbio Humphrey Bogart con sus inseparables bolas de acero.
- “El secreto de vivir”. Un modo de autodefensa un tanto inusual merece la absolución de Gary Cooper. Capra en estilo puro.
- “Furia”. Spencer Tracy y Fritz Lang en perfecta conjunción. En esta ocasión la clave está en la palabra “memento”.
- “La herencia del viento”. Fabulosa conducción de la defensa de su cliente por Spencer Tracy (reconozco mi afinidad por este grande entre los grandes) en el conocido como “juicio del mono”.
- “Matar a un ruiseñor”. Probablemente la mejor interpretación en la toda la carrera profesional de Gregory Peck. No en vano consiguió el Óscar.
- “Morena Clara”. Imperio Argentina y Miguel Ligero (el entrañable “Regalito”) protagonizan una simpática pareja de sobrina y tío gitanos juzgados por robo.
- “Veredicto final”. Paul Newman da vida a un abogado alcohólico que trata de resurgir de sus cenizas.
- “Vencedores o vencidos”. Spencer Tracy, Burt Lancaster, Richard Widmark, Montgomery Clift, Marlene Dietrich, Judy Garland,... conforman un increíble reparto para dar vida en la pantalla a uno de los juicios de Nuremberg. Destacan sobre el resto las actuaciones de Clift y Garland en sus respectivas declaraciones testificales.
La
costilla de Adán.
“Mi fiel Amanda,
adiós, adío, adieu. Mi cruel Amanda, tú eras mi bien pero ya
acabó. Si alguna vez, Bella Amanda, de una estrella ves el
resplandor, esa noche rememora en la veranda, dulce Amanda, nuestro
amor.” Esta canción de Cole Porter se repite una y otra vez en “La
costilla de Adán” (Adam’s rib, 1.949).
Spencer
Tracy y Katherine Hepburn. Esta pareja, tanto en el cine como
en la realidad, se convierte en adversaria durante un proceso penal.
Estoy plenamente seguro de que no habría existido el mismo feeling
con otros protagonistas. La relación personal entre ambos
permite el perfecto desarrollo de un guión magnífico, obra del
matrimonio Ruth Gordon y Garson Kanin, autores también de la obra
original. Guión e historia fueron candidatos al Óscar.
Tracy
y Hepburn, Adam y Amanda, son fiscal y abogada defensora en un
proceso por intento de asesinato. Ese enfrentamiento va minando
paulatinamente su matrimonio hasta la reconciliación en la escena
final, con forzadas lágrimas de Adam incluidas.
Poco
se puede decir de estos dos monstruos de la pantalla que no
desmerezca lo conseguido en sus brillantes carreras. Juntos atesoran
cinco premios Óscar y varias nominaciones más. Memorables son sus
interpretaciones en cintas que se han hecho un hueco en la historia
del 7º Arte como “La Reina de África”, “La mujer del Año”,
“Historias de Filadelfia”, “La fierecilla domada”,
“Vencedores o vencidos”, “Furia”, “Capitanes intrépidos”,
“La ciudad de los muchachos” y tantas otras. Cuando se tocan
todos los géneros y se trabaja con los mejores directores no es por
casualidad.
El
resto de actores está encabezado por dos grandes secundarios: Tom
Ewell (que ha pasado a los anales del cine por ser el asombrado
vecino de Marilyn Monroe en “La tentación vive arriba”) y Judy
Holliday, oscarizada por su entrañable papel en “Nacida ayer”.
No menos importante es David Wayne, amigo y vecino de los
protagonistas y autor (de ficción, claro está) de “Farewell,
Amanda”, de la que está locamente enamorado. Un cínico en toda
regla.
George
Cuckor, realizador especialmente dotado para la comedia, dispone de
un admirable guión para poner en boca de sus actores frases como
“los letrados no deben casarse con letrados, porque semejante unión
sólo puede dar letraditos y más letraditos”. O como decía
Spencer Tracy en su alegato final, “señoras y jurado de los
señores”, “en un trabunil de jastucia, digo trubinal de
justacia...” Simplemente genial.
El
guión se basa en la lucha de Amanda contra Adam, de la igualdad de
derechos de las mujeres contra el respeto por la ley. Esa lucha,
escenificada en un juicio repleto de soberbias escenas (Adam elevado
por los aires en mitad del plenario por una volatinera, Tracy y
Hepburn tirando un lapicero bajo la mesa para poder hacerse un
cariñoso guiño o la fantástica ocurrencia en el alegato final de
Amanda cuando propone al jurado un juego de intercambio de
personalidades) termina representando una victoria para Amanda. Pero
ésta, al final de la película, pierde el terreno anteriormente
ganado cuando admite que no hay nada por encima de la ley. Moraleja
para norteamericanos descarriados: dura lex, sed lex.
Testigo de cargo.
Para
cualquier cinéfilo es un auténtico gozo disfrutar de una verdadera
obra maestra como es “Testigo de cargo” (Witness
of the prosecution,
1.957). Para mí, además, es una necesidad. Es mi película
favorita, no sólo del género jurídico, sino también de toda la
historia del 7º Arte. Y de vez en cuando la vuelvo a ver para no
olvidar lo que es hacer cine de calidad.
Aunque estamos acostumbrados a
ver procesos judiciales norteamericanos ante jurados legos, fiscales
agresivos y abogados protestones que danzan por toda la sala de
vistas, en esta ocasión el escenario es muy diferente. El juzgado es
británico, con todo lo que ello implica: togas, pelucas, flema y
educación por doquier, testigos prestando declaración puestos en
pie, acusados semienjaulados custodiados por guardas, etc. El
escenario está listo, y ahora... ¡silencio en la sala!
Billy Wilder dirige la adaptación
de un relato corto de Agatha Christie, y para ello se rodea de un
magnífico plantel: Charles Laughton, Tyrone Power, Marlene Dietrich
y un largo elenco de geniales secundarios (Elsa Lanchester, Una
O’Connor, etc).
Charles Laughton da vida a Sir
Wilfred Robarts, un abogado casi retirado al que se le presenta la
ocasión de defender al acusado en un caso de asesinato (Tyrone
Power). La salud de Sir Wilfred (apodado “el zorro”) le obliga a
estar permanentemente acompañado de una sufrida Elsa Lanchester (su
esposa en la vida real) que ejerce de su enfermera particular. Pero
lo fundamental de la cinta es el testigo de cargo, papel interpretado
por Marlene Dietrich, la mujer del acusado. Ella es el eje sobre el
que gira todo el proceso hasta la misma escena final, momento de la
película sobre el que no hablaré. Nunca me perdonaría desvelar tan
increíble final a quien aún no lo ha visto.
Todos
tenemos fobias y filias. Entre estas últimas se encuentra “Testigo
de cargo” por muchos motivos. Debo reconocer mi afinidad por
Charles Laughton. En esta película despliega todo su “savoir
faire” e histrionismo, fundamentalmente en sus intervenciones
durante el proceso y en la relación amor-odio con su enfermera.
Pero es el conjunto de memorables
escenas lo que me cautivó desde niño. Desde la primera expresión
de mal genio incontenido del protagonista hasta la fabulosa escena
final, pasando por infinidad de escenas de Sir Wilfred: interrogando
a su cliente con el método del monóculo, ordenando unas pastillas
mientras efectúa una protesta a Su Señoría, haciendo caer en su
red a Una O’Connor (testigo de la acusación), o flagelando con el
látigo de su envenenada lengua a su enfermera cada vez que ésta
trata de hacerle descansar o de obligarle a tomar sus píldoras.
El cine
es la vida hecha celuloide. El Derecho es la forma de regular
jurídicamente la vida. Y el Derecho en el cine es CINE JURÍDICO.
Iuris tantum, por supuesto.
ÁNGEL
BRAVO Y DEL VALLE, ABOGADO DEL ICAM